Ibáñez y Romero ¡Por la vivienda de interés social!

Historia y anhelos por el cumplimiento de un derecho humano

“…Me glorío de estar en medio de mi pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de su obispo, la esperanza”. Monseñor Romero en su homilía del 25 de agosto de 1977.

La Comisión Nacional de Pobladores, CONAPO, expresa el júbilo y el regocijo por la Beatificación de nuestro Pastor y Mártir, Óscar Arnulfo Romero, con testimonios sobre sus necesidades y derechos, tan básicos como incumplidos en relación a la vivienda.

Desde un diálogo provocador guiado por la conocida escritora Jacinta Escudos, comparte algunas frases testimoniales que recogen su historia y anhelo vital: una casita donde se pueda vivir con dignidad.

“Una vivienda es un lugar sagrado”. “Contar con ese espacio es primordial para la protección y vida de las personas; sin lujos, pero nuestra”. “Hay que valorar la casita que se tiene; aunque sea de adobe, hay que tenerle cariño y darle cuidado”, así lo manifiestan los pobladores que integran la CONAPO.

La vivienda contiene los recuerdos más tempranos, y una serie de objetos a los que se ligan emociones e historias del aprendizaje de las primeras lecturas y oraciones.

“Una casa es más que una construcción” — dice un habitante rural haciendo referencia al hábitat—. “Yo he vivido siempre en ranchitos, pero rodeado de montañas, y allí está la vida”. Una habitante del sector de la línea férrea agrega: “En la ciudad se vive en psicosis, en el campo no tendremos dinero, pero tenemos el chipilín, un mango. En la ciudad se vive para el trajín, no se puede disfrutar de una hamaca, se vive con miedo. Mi casita era de ladrillo, me sentía protegida; hoy salimos de nuestras casas como que vamos desnudos, no sabemos si vamos a regresar”.

La casa soñada de los pobladores de asentamientos precarios es a un mismo tiempo tan accesible como lejana. Se habla de lo básico, pero los recursos propios no son suficientes.

“ Yo haría mi casa de 180 metros cuadrados, en Lourdes Colón, humilde, con 3 cuartos, baño, cocina aparte”; “ yo la haría en el campo, con acceso a una calle, cerca de un parque, en una lotificación, que tuviera energía y agua potable. Sería amplia para vivir con las diez personas que forman mi familia”.

La vivienda no debe ser causa de zozobra, porque no hay dinero para pagar la letra del lote o la cuota del alquiler  dicen los pobladores—. Dos de los obstáculos más grandes al Derecho a la Vivienda es el acceso a la tierra y la legalidad de la tenencia. “La vivienda es un motivo de lucha”; “la mayoría luchamos por obtener un lotecito y hacer nuestra una casa”; “hay que unificar esfuerzos, tener base para enfrentarnos a los que están allá, arriba”. “Y no hay que olvidar que nuestro país se tolera que haya muchas personas durmiendo y viviendo en la calle, incluso niños”.

Vivienda, seguridad, hogar, familia, protección, convivencia, alegría se contraponen a desalojo, miedo, exclusión. En la homilía del 11 de agosto de 1977, Monseñor Romero decía que la riqueza es un ídolo que mata… “Se paga el pecado. Y se vende. Todo se comercializa. Todo es lícito ante el dinero”. La lógica del Mercado se impone a los sueños, a los derechos de una mayoría sin techo. Esa mayoría fue razón de acción de un sacerdote jesuita, el Padre Antonio Fernández Ibáñez, que derivó en una institución que ha continuado su obra por casi 47: la Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima, FUNDASAL. Y lleva a la fecha más de 50 mil unidades habitacionales edificados junto con los pobladores. Los ideales y vocación del Padre Ibáñez se siguen conjuntando con los de Monseñor Romero para darle vigencia al lema de la Comisión Nacional de Pobladores: “la Vivienda es un derecho humano, no una mercancía”.

Comisión Nacional de Pobladores, CONAPO.

Fundación Salvadoreña de Desarrollo y Vivienda Mínima.